Sevilla y Vigo tienen un color especial, aquí en Vigo se bailan, si cabe, con más alegría, las sevillanas, porque las andaluzas que están lejos de casa, se pasan el invierno enseñando a las gallegas, nos trasmiten la técnica, el duende y también la alegría, incluso en las tardes de lluvia.
Cuando estuve preparada, me apunté a unas clases de sevillanas y el primer día sólo aprendí el paso sevillano, estuve toda la semana y notaba que esto iba despacio, que era más difícil de lo que me había imaginado, entonces la profesora me contó la historia de una japonesa que se le plantó un día en la escuela y le dijo que quería bailar sevillanas, comenzó enseñándole el famoso paso sevillano, pero ella enfadada levantaba los brazos, así, así…, olé, olé, -«pero chiquillaaaa que esto lleva su tiempo, no es darle al botón y ya está», dijo con acento de Cádiz la maestra.
De siempre me gustaron los trajes de flamenca. Uno de los momentos más felices para mí, fue cuando abrí una caja de cartón y allí estaba, rojo y blanco con tantos volantes, con su media manga, la flor enorme y rojo chillón, el mantón, los pendientes, que bonito todo, que guapa, cuanto lo he lucido yo bailando por todos los saraos a los que he ido y seguiré yendo mientras el cuerpo aguante.
Gracias y a bailar, Ole Ole.
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